martes, 9 de noviembre de 2010

La Marca de la Esclavitud:

Desde los tiempos coloniales americanos, el legado africano dejó marcas culturales ondas e ineludibles quizá como recompensa justa de la marca física que muchos hombres y mujeres llevaron de por vida.

El siglo XVII y XVIII conoció el afluente de esclavos africanos a los principales puertos coloniales. Primero, como solución al problema demográfico indígena pues los europeos (y luego sus descendientes criollos y peninsulares) pretendieron que los aborígenes cambiaran sus hábitos de la comunidad indígena autosostenible a la estancias, haciendas o rancherías donde trabajaban para ampliar las arcas y los beneficios comerciales de sus explotadores, de sol a sol. Obviamente, la combinación de los malos tratos, enfermedades, problemas alimenticios, y la mala adaptación de la mano de obra a diferentes tipos climáticos y a los trabajos forzados, diezmaron a las comunidades indígenas que estuvieron casi a punto de desaparecer. Los terratenientes necesitaban una mano de obra de respaldo que tildaban de “más rentable y resistente”.

Segundo, con las Reformas Borbónicas, los mercados coloniales latinoamericanos tienen una apertura significativa al comercio exterior, y necesitan diversificar sus exportaciones, a la vez que “importan” ciertos objetos manufacturados y de lujo para sus “clientes más distinguidos”. Entre los objetos de lujo, estaban los esclavos africanos.

La trata negrera se convirtió en uno de los negocios coloniales más rentables de los opresores, y aún así, no dejaba de ofrecer pérdidas: debían alimentarlos, vestirlos, evitar las fugas, y los robos (de otros comerciantes). Para evitarlo, los patrones marcaban al rojo vivo a sus esclavos como si fueran animales. Eso se llamó la Yerra Humana o Carimba. Esas marcas eran de diferentes tamaños e inscripciones, e indicaban a quien pertenecía el cautivo, según el libro de actas o registros de las autoridades coloniales de cada región o jurisdicción. La carimba, sin dudas, fue la extensión de los conceptos de propiedad y posesión, muy comunes en la época.
Indiferentemente de que trabajaran en las plantaciones, las labores domésticas, o fueran liberados (manumisiones), debían llevar esa marca de por vida, como si fueran artículos seriados. Hubo que esperar mucho tiempo para que las sociedades americanas rompieran con sus esquemas denigrantes y discriminativos, debido a que se manejaban con rígidos sistemas de castas, que establecían pisos o escalones étnicos regulados por lazos de parentesco o relaciones socioeconómicas. Afortunadamente, ninguno de esos esquemas, ni posteriores formas discriminatorias pudieron parar el legado africano en el propio mundo cultural de aquellas sociedades que lo rechazaron.

El comercio negrero

En un principio se esclavizó a los pueblos indígenas americanos pero la legislación española se planteó muy pronto la solicitud de dicha práctica e hizo que se importaran personas esclavizadas de África, que además tenían mayor resistencia física y a las enfermedades, especialmente las tropicales, comenzando así un comercio a gran escala de esclavos africanos: el comercio negrero.
la cifra de esclavos africanos transportados a América sería de un millón en el siglo XVI, tres millones en el XVII y durante el siglo XVIII llegaría a los 7 millones, permitiendo una enorme acumulación de capital de cara al desarrollo del capitalismo

Este incremento en el comercio negrero fue acompañado, en la mayoría de los casos, por una fuerte ideología racista: los negros eran considerados seres inferiores, asimilados frecuentemente a animales, sin siquiera poder ser considerados sujetos de derecho y por lo tanto considerados, jurídicamente, como cosas. Aunque especialmente, el debate estaba inicialmente en si los individuos de raza negra tienen alma humana, puesto que en caso afirmativo esta actividad sería considerada ilegal por la Iglesia, lo que llevó a un fuerte movimiento para afirmar que los sujetos de raza negra no tienen alma. En el caso de los indígenas de América se había decidido que tienen alma por lo que no se les podía esclavizar. De hecho era costumbre en muchas plantaciones explotar al esclavo bajo severas condiciones hasta su muerte, pues salía más barato comprar nuevos esclavos que mejorar sus condiciones de vida.

Consecuencias de una relación desigual:
Para América:

En muchas regiones sirvió para reemplazar a la mano de obra indígena, que fue diezmada durante la conquista y colonización o que no se adaptaban a las condiciones de trabajo en determinados rubros como, por ejemplo, las plantaciones de azúcar y la producción de tabaco, por solo citar dos ejemplos. América del Norte se vio muy conectada y favorecida económicamente con el aporte de mano de obra esclava. No hay que perder de vista que, cuando hablamos de comercio, no se trata solo del comercio local sino de las posibilidades que se abren a partir de la importación y exportación de un país a otro y de un continente a otro.

En cuanto a la abolición de la esclavitud y la trata:

Cabe reflexionar que, si bien alguna parte de las sociedades europeas (influidas en el siglo XVIII y XIX por los filósofos franceses, algunas corrientes protestantes británicas y el papado) pudieron tomar conciencia del genocidio que se vino efectuando durante cuatro siglos (en sentido filosófico y moral), otros sectores pudieron percibir que, dado el grado de madurez a que habían llegado las relaciones productivas, a partir fundamentalmente de los cambios operados por la revolución industrial, el esclavismo iba dejando de ser rentable bajo esas condiciones. Era necesario cambiarlo por otra forma de sometimiento, como el colonialismo, con el cual países como Inglaterra, pudieran colocar sus productos manufacturados en nuevos mercados como África, y frenar el avance de potencias como Estados Unidos y Rusia. También los cambios operados en las plantaciones, en las que se van a empezar a utilizar maquinarias en reemplazo de mano de obra esclava, van a influir en el sentido antes mencionado.

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